viernes, 18 de enero de 2013

Atardeceres en Baghdad o de cómo buscar la nieve y encontrar otras cosas.



No sólo de excursiones, fiestas y pinchos viven los Séptimos. Si se puede hacer todo eso y además aprender cosas diferentes, ¿cómo desaprovecharlo?
En esta ocasión, durante toda la mañana y con la misma alegría y emoción con la que un niño se levanta el día de su cumpleaños, participé en un curso de wing chun. Realmente se impartió a lo largo del fin de semana en mi gimnasio, y por razones académicas no lo pude realizar entero. Pero hete aquí (como diría una mujer que me es conocida) que la gente maravillosa parece sufrir una sorprendente agregación espacial en ese territorio, la esquina de esa rotonda, tras el cartel que reza las disciplinas que se practican (taichi, chi kung, wushu). Esta es la razón de que haya sido un Séptimo diferente, sorprendente y además, de esos que te llenan de satisfacción y te cargan la moral para el resto de la semana. Diez puntos para el wing chun, disciplina fascinante creada por una monja china que colijo, harta de que la tomasen por el pito del sereno (¿cómo demonios se dirá eso en chino?), creó un sistema poderosísimo de artes marciales, en el que la mayor de las ventajas te lo da el embiste del contrario. Y cuanto más grandullón, enfadado y desequilibrado, mejor. Festival para las chicas. Por cierto, la traducción del nombre (“tierna primavera”), es una tapadera para la traducción que le doy yo después de ver lo que he visto (“muerte y destrucción fluida”). Dejando de lado las bromas, menudo privilegio. Incluso disfruté del poco sol de aquel día a la salida del gimnasio, después de cuatro horas, sensación de hora y media, y la sonrisa por bandera, recuperando al susodicho niño que a veces se nos escapa, pero que hay que tenerlo ahí, cerca, por si hace falta. Y siempre hace.
Y si lo meto en el currículum... ¿me da puntos?
 Con toda esa energía vibrante en cada uno de mis músculos, no había mejor manera de canalizarlo que yéndonos de excursión a un sitio nuevo. Esta vez, y dado que nos prometían nieve, nos fuimos hacia el castillo de Maceda. http://www.castelodemaceda.com/ Según nos acercábamos, ya me daba cuenta de que las previsiones me habían estafado un poquitín, la nieve sólo se veía en la sierra de San Mamede, y los días son demasiado cortos para tales aventuras. Pero no pasa nada, querido lector. Las atalayas, las almenas de un castillo espléndido, las banderas al viento y los escudos de armas son suficientes para abrir una tarde que de vez en cuando nos regalaba sol para mis fotos, para vuestras fotos. En este enclave se llevaron a cabo las ediciones del famoso juego de rol en vivo “Irmandiños”, finado por cuenta de los recortes presupuestarios y por esa manía de eliminar del mapa todo eso que suene culturalmente estimulante. Ah, por descontado, estaba cerrado, pero eso no quita que se deba visitar. Como nota informativa, después de muchos vaivenes, lo van a dedicar a la restauración (previamente ya contaba con habitaciones donde pernoctar y sentirte caballero de la Mesa Redonda, sin armadura y sin corcel, pero con el alma bien alta). La alta cocina gana a la interpretación y al juego. Qué le vamos a hacer. Da más dinero.
Entrada al castillo con los escudos de armas. El de la izquierda es el mío. Ja.
Ahí me sentaba yo con la rueca...

Sol, piedra, luz verde.
Las flores que van anunciando el final de un momento, el inicio de otro.
Como estábamos al lado, no pudimos dejar pasar la ocasión de visitar la localidad de Baños de Molgas, pequeña villa termal de larga tradición, con uno de los balnearios más conocidos y antiguos de la provincia. http://www.concellodemolgas.es/ Dejaos seducir por su paseo a lo largo del río, disfrutad de sus puentes y de la belleza natural de la zona, porque no es para menos. Los reflejos del río nos relajaban la mente, y aunque nublado, el lugar no tenía desperdicio para una tarde tranquila. Nos acercamos a la estación de tren, conocida por su belleza arquitectónica. En verano se puede visitar además una exposición dedicada a Moncho Borrajo, el humorista, natural de Baños de Molgas.
Balneario y río, un modo de transportarnos a otra época.
Puentes y reflejos oculares.
Hórreos en Baños de Molgas.
La estación de tren.
Un andén hacia Ourense. O hacia Zamora. Según como se viese.
 Poco a poco las horas pasaban, entre valles verdes, nubes azul acero atravesadas por un atardecer que se sentía (contra todo pronóstico) más primaveral que los otros. Esa luz cautivadora de dorados, rosas y malvas que me dediqué a perseguir al grito de “¡para el coche en la cuneta, por favor! ¡Sólo una foto!”. Saltando vallas, metiéndome en campos ajenos (sin cultivar, que a ver si pensáis que soy una suerte de jabalí del vandalismo), buscando el guiño que la naturaleza me tenía que hacer.
Y me lo hizo.
Xunqueira de Ambía se convirtió ante mis ojos en una Baghdad recortada contra el atardecer, y en ese momento, volé, viajé, soñé.
Baghdad. Luces y sombras.
 Y es así como se buscan las crónicas. Porque ellas no van a ti. Quieren que, celosas de tu compañía, las persigas incansable, las mimes, las relates. ¡Pues para eso están los Séptimos! Ya lo sabéis: salid a buscarlas y después, pasad a este salón que es casi más vuestro que mío y contádnoslo. Orgullo de septimista.
Pastora de nubes.
¡Hasta el Séptimo que viene!

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