viernes, 11 de enero de 2013

El monasterio de San Clodio y otras mentiras. Bienvenidos a la niebla.



Queridos septimistas, esta vez ha sido difícil. Y no será porque no lo haya intentado…
Siempre procuro traeros la crónica de allá donde nazca, sin importar las inclemencias del tiempo o lo accidentado del terreno, sin importar si estamos en fiestas o se aproxima un temporal. Pero chico, lo que no siempre se consigue es el resultado. Claro que por otro lado, nadie dijo que esto fuese a ser fácil.
¡Jamás me rendiré! Makenai! Que gritaba una chica con traje de marinero. Así que os traigo la crónica de lo que pudo ser, pero no fue, pero no estaría nada mal si hubiese sido…
En Galicia acabamos de vivir un anticiclón envidiable. Esas fotos que retuiteaba meteogalicia, puñales en mi TL. Atardeceres estremecedores, el sol de media tarde que invitaba a ese paseo por el monte, las gafas de sol apoyadas en la nariz de aquella chica que sonreía. Sentir cómo el cansancio se evapora, la mariposa sale de la crisálida y ¡puf! Como si en primavera estuviésemos.
Idílico.
Este era el panorama en toda la comunidad. ¿En toda? No, queridos. En un pozo del interior de Galicia, la niebla de las leyendas de nuestros abuelos había regresado. Esa niebla que se instauraba en la ciudad  y alrededores en los más crudos inviernos y que no dejaba distinguir las horas del día. Hasta creo que vi un sacauntos por la Avenida da Habana, no os digo más. Se dice que el sol salió tímidamente el sábado, pero yo he visto fotos, y sé que se trataba sólo de un espejismo puesto por el Concello para que no aumentasen alarmantemente los suicidios y no estropear la ratio así, en enero, de buenas a primeras. Ergo, alguien se estaba lucrando con todo esto.
Apartadas de mi mente (de momento) las propuestas más conspiratorias, algo había que hacer. Porque los Séptimos no saben del tiempo, de los horarios extraviados ni de barómetros victorianos. Ni yo tampoco.
Me levanté el día de Reyes y me las prometía felices hasta que fui consciente del frío, la humedad y aquel manto blanquecino e impenetrable. Día familiar por excelencia, tocaba desplazamiento por la zona de Ribadavia y supe que podría hacer de la niebla mi mejor aliada en el entorno del Monasterio de San Clodio.
Sobrecogedora instantánea poco antes de la huida a sitios mejores.
“Está situado en el centro neurálgico de la Ruta do Ribeiro, donde los amantes del buen vino pueden aprovechar para hacer un turismo un poco diferente por las diferentes bodegas, con ese aire tan de la tierra pero con el regusto de la excelencia más sibarita. Los años le han dado carácter a las cepas y las explotaciones se han convertido en uno de los mejores abanderados de esta región. Los vinos se hacen un nombre allá donde van, y la denominación de origen cuenta con muchos adeptos ilustres, tanto aquí, como allende nuestras fronteras.”
Todo esto iba pensando yo, tecleando furiosamente en mi imaginación, mientras los jirones fantasmagóricos de la niebla adornaban las cepas peladas. Hasta que llegamos al monasterio, esfinge de piedra, caído hace pocos años, reconstruido en forma de hotel nacido de un monumento que siempre merece la pena visitar. La piedra habla de la historia de la zona, y las escaleras consiguen sobrecogerme. Temblando, cámara en mano, un poco por la humedad, un poco por la excitación, un poco por el temor que estaba a punto de confirmar.
Cerrado por vacaciones. Anda y que os den.
Espera, esto no entra dentro de la definición de "mejor".
 Después de este exabrupto que me he tomado la licencia de reproducir, y con una única instantánea para ilustrar mi fracaso, decidí que bien podía darme una vuelta por Ribadavia http://www.ribadavia.es/ ya que aquel era nuestro destino inicial. Además, sabía bien que este año no había hecho crónica alguna porque a Festa da Istoria no entiende de Séptimos, sino de Sextos, que me están un poco más vetados. Ribadavia es una villa medieval con muchos lugares interesantes, pero que fuera de las fiestas durante los meses estivales se ha ido estancando en la inactividad. Vamos, que eso juntado con la niebla, un toque Silent Hill que me hacía dudar de mis posibilidades reales de sobrevivir a la jornada, me daba la oportunidad de hacer la crónica más difícil de la historia del blog. Et voilà, la noche que no me da tregua y que aún encima, se apura. La muy puñetera. Plena conciencia de que no podré hacer nada digno de mención.
“Pero ¿qué es todo este derrotismo?” Me diréis…
“¿Desde cuándo este ánimo?” Y sólo podré asentir, cabizbaja…
El mundo de las tinieblas.
¿Vais sintiendo el alma gótica? Porque yo SÍ.

Restos del castillo. En verano está más concurrido, lo juro.
 Por supuesto, esto sería una afrenta por mi parte al espíritu del blog. Lo he recalcado muchas veces, lo que nos enseñan estas experiencias de la vida es a valorar los pequeños momentos. Y allí estaba yo entre piedra y niebla (por mucho que la critique, mi fenómeno meteorológico favorito, abuso de la palabra, disculpas por adelantado), cámara en mano y dispuesta a experimentar. Por fin se van encendiendo las luces de la villa, y todo lo que parecía cruel y distante, mano gélida del invierno que se prolonga, se torna en una dulce y cálida luz, amarilla, naranja y roja. Candiles de hierro perfectos, invitadores, como luciérnagas que orientan al viajero descarriado, van iluminando el corazón de quien ansiaba hogar. Allí, que también es mi hogar, pues lo fue antes de mi familia, fui recorriendo todos esos lugares que sólo veo durante el día, en calor y en meses más amables. El objetivo me deja imaginar con otros ojos, las luces me dejan jugar con ellas, el frío es menos frío y yo agradezco el gorro que me han traído este año de regalo mis reyes particulares. Las callejuelas del barrio judío, la entrada medieval, los restos del castillo, iluminados con el cordón de velas que anuncian unas fiestas que se quieren ir apagando con la sonrisa pintada. Adoquines propios, las esquinas de la plaza Mayor y la casa de los geranios, que aún en esta época, sabían lucir con ganas, adornando la mejor de las oscuridades, que clamaba ya por nuestro regreso…
Luces que me llaman.
Fuego fatuo al final del túnel.

Y no puedo dejarlo...
 Y es así como escribo sin decir, os propongo sin querer y hago sin haber hecho. Porque en el fondo todo queda dicho cuando caminas con alguien a tu lado y te dejas llevar por los protagonistas callados de mis crónicas: el musgo, el edificio que se recorta contra el cielo, las ganas de repetir para que la suerte me acompañe y pueda mostraros lo falta. Lo mejor de visitar un sitio es dejar algo para la siguiente vez, ¿no es así?
Luces que juegan al escondite con las curvas.
Puerta medieval de entrada a la ciudad vieja.

Barrio judío, no importa cuando siempre majestuoso.
 Han sido unas grandes vacaciones de Navidad, mucho mejores de que lo había esperado. Por supuesto, la diferencia la han marcado los que han estado conmigo. Como siempre, como nunca, muchas gracias.
Se van acercando los últimos Séptimos, queridos lectores. No quiero ponerme triste ni melancólica, porque ya llegará el momento de la despedida. Tengo que avisaros de que no quedan tantas crónicas como semanas, pero algo intentaré hacer. Porque Séptimo es aquel lugar donde dos se reúnen para compartir algo.
La risa resuena por el salón. Alrededor del fuego, vosotros compartís también.
¡Hasta el Séptimo que viene!

1 comentario:

  1. Por fin lo he podido leer.... y aunque el sol no saliese y la niebla te entorpeciese... he de decir, que el séptimo no tiene nada que desmerecer!

    Bikiños y a seguir llenando tus relatos y nuestras lecturas de tan majestuosos relatos ;)

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