Un gran
recurso para los domingos vagos es el pueblo. Si mi querido lector pertenece a
la población con uno, o incluso dos (oh, privilegio), aprovéchalos. Y si eres
de los urbanitas sin fortuna rural, aprópiate de uno. Porque te salvan más de
un Séptimo, os lo digo yo.
El cielo es más abierto, la piedra más parlanchina. La luz guía a la entrada de mi casita... (tralará, tralará) |
Después de la
maratoniana semana en la que tuvimos dos días de academia (un viernes sagrado
allí metidos. UN VIERNES SAGRADO), el sueño el cansancio y la modorra se
apoderaban de mí. Pero jamás hubo un domingo en que no hiciese nada, eso sí que
no. Así que por la mañana taller de costura cosplayer (ya nos vamos
familiarizando con los términos) después de andar en pijama largo rato dando
vueltas por la casa (es decir, sin hacer nada). Para los no cosplayers, la
lectura de esto es similar: es que me dio por limpiar una estantería, es que me
puse a leer ese libro en el que no avanzo, es que me tiré toda la mañana
jugando a la PS3. Vamos, que para gustos, colores. Pero lo importante:
actividad relajada para tomar contacto con la ociosidad.
Y por la
tarde, tras una lucha sin cuartel contra el vestido que estoy haciendo, y tras
una casi derrota que se convirtió en victoria cuando encontré la clave del
asunto (ajajá, ni pueñetera idea de qué hablo, ¿eh? Yo tampoco), cogí el coche
y subí al pueblo en buena compañía.
Lo mejor del
otoño es que con unas temperaturas dignas del veranillo de San Miguel, en manga
corta y chaqueta para “por si acaso”, se puede disfrutar de un paseo por el
campo sin alergias, bichos vampíricos ni quemaduras solares. Vamos, el tiempo
perfecto para mí.
Foto arriesgada, mientras un nido de abejas zumbaba enfrente. Me siento como un reportero de guerra. |
Pertrechadas
con chalecos reflectantes (es fundamental, porque las horas de luz son escasas
y las carreteras, solitarias) y armadas con linternas para después, salimos a
hacer una de nuestras cómodas y conocidas rutas de senderismo.
Y olían... ¡Cómo olían! |
Todos las conocéis.
Son similares pero únicas. Van cambiando los nombres, van cambiando las épocas.
Bosques frondosos que dejan que el viento hable desde las copas. Riachuelos que
agotados del verano, empiezan a respirar con las primeras lluvias. Vecinos que
caminan y te ponen al día. Las primeras setas y tu vecina sentada en un prado
mientras las cabritillas, blancas ellas, retozan y pastan alegremente.
Bucolismo en estado puro.
Y nada. Que
me reenamoro de mi pueblo.
Flores amarillas, para la niña, para el señor, para la abuela... |
Unas flores
amarillas asoman, novedosas, en la pared lateral. Los limones han brotado y
ella me los enseña, orgullosa. Abrimos las ventanas, encendemos luces, hay vida
terrestre dentro de la casa. Ups, me he dejado el coche abierto. Menos mal que
no hay nada que llevar… ni quien lo lleve…
Este ha sido
un gran Séptimo, pero estoy segura que el vuestro no se ha quedado atrás. Es
más, seguro que tenéis muchas cosas especiales que contarnos. No lo dudéis:
este es vuestro sitio.
¡Hasta el
Séptimo que viene!
Y de regalo al final del día... Amigas que te ofrecen los productos de sus propias aldeas. Adivinad qué he estado cocinando ayer por la tarde... |
por favor, añade a las etiquetas "viernes sagrado"
ResponderEliminarYo, a mis lectores, lo que me pidan.
EliminarFaltaba plus!!!!!
;D
Gracias por leer!!!