Si miráis a través de los barrotes de la Torre del Príncipe, en vuestro paseo por dentro de la muralla, podéis daros cuenta de lo que veía al levantarse por las mañanas... |
Como desde
pequeña he ido a esta villa en septiembre, cuando los bullicios y las fiestas se han acabado, lo he tomado siempre como un
retiro espiritual. Ya desde niña lo apreciaba así. Mis amigos eran abuelos ya
en su mayoría, marineros retirados y otros jubilados, algunos conocidos de
Ourense, que se pasaban allí el verano entero.
Yo iba a la
playa con mi libro. Quin me miraba sin entender (“pero esta niña, en la playa y con los libros, ¿no está de
vacaciones?”) e intentaba enseñarme a leer el viento en las banderas de la
muralla. Yo no comprendía su funcionamiento, o simplemente me distraía el vuelo
de una gaviota. Se enfadaba un poco conmigo y me lo volvía a repetir, paciente.
Solía ir a
nadar con José Benito. Él me miraba con el mismo cariño con el que miraba a su
nieta. Siempre sonreía, siempre estaba feliz. Algunos se han ido, porque el
tiempo pasa. Y la verdad es que me queda un agujerillo ahí, y una sensación de
nostalgia cuando llego a esas rocas.
Menos mal que
sobreviví a la aventura de meterme con resaca en la Cuncheira, mientras José
(otro José, siempre atlético, barba recortada, gafas de sol y energía al
viento) sólo me decía “nada, lo mejor es no luchar contra la corriente, ya
llegaremos”. En mi interior maldecía a con todo mi armamento malsonante de la
infancia tardía. Pero ahora vuelvo a saludarlo, y cuando me ha visto este año,
ha sido su cara la que se pintó de nostalgia. “Tú probablemente no te dés
cuenta, porque eres muy joven, pero el tiempo pasa demasiado deprisa, y ya
vamos viejos. No tanto físicamente, pero sí aquí”. Y apoya su palma en el
pecho.
Pues hala,
otro agujerillo para la colección. Yo le saco hierro y cambio de tema, pero sé
que tiene razón.
Hasta que…
chan chan chan. Este año ha sido especial.
Este año he
hecho un nuevo amigo.
Las flores. Silvestres. Poderosas. Perfectas. De septiembre... |
Doy la vuelta
a la muralla. Hago fotos. Los turistas me miran con la desconfianza de quien
teme salir en un encuadre delator. Observo. Escucho. Hace calor. Mis padres
duermen la siesta. Después los recogeré y subiremos al parador. Mis pasos me
llevan a la playa del castillo. Dejo de sacar fotos, cámara en mano, mi mente
vaga y mi vista también. Un hombre de mediana edad está sentado en las
escaleras. Cruzamos la mirada, él sonríe, ojos de ilusión azul. Giro la cara,
vuelvo a mirar, y sigue allí.
Y para todas
las almas calenturientas que esperan un romance, están muy equivocados, leche.
Que lo tengo que decir todo.
Que qué
cámara llevas. Que una que me regaló un buen amigo, pero eso le tengo mucho
cariño. Que si yo tengo una, pero automática. Que si es para que cuando regreso
a casa pueda ver si lo que he pintado está bien capturado.
Acuarelista
de almas, artista de rocas y arena. La espontaneidad de la pintura tiene más
vida que cualquiera de mis fotografías, instantes congelados, perversos robos.
Sus dibujos sonríen, se mecen por el viento, sueñan con las olas. Media hora de
conversación, un nuevo amigo, y hasta el año que viene.
La luz se cuela entre los árboles. Ellos dejan que entre, leve, blanda, suave. |
Debería
terminar aquí el texto, porque me ha quedado muy poético. Pero claro, tanto
divagar me he dejado en el tintero una serie de sucesos, ahora sí, menos
profundos y más divertidos, que también acontecieron en esos días. Y es que una
semana de Séptimos ha dado mucho de sí. Mucho.
Me pierdo en sus rocas, en su espuma. Esa mar que me llama, que me grita, que me exige. |
Mientras
sonrío acordándome de Jose y sus acuarelas (otro Jose, sí, el dragón tiene tres
cabezas), me doy cuenta de que en esa misma semana he conocido a su némesis. La
verdad es que la vida está llena de casualidades sorprendentes si las sabes
ver… Un arquitecto, un pintor, escultor de casas, transformista de espacios. Un
ego más grande que Santa Liberata. Cuatro palabras, discretamente me llama fea,
indiscretamente se autoproclama más listo que cualquiera y declara a viva voz
condición política y odios profundos. Arquitecto y destructor en la misma
ciudad, quién da más.
Todo esto lo relato
entre risas sentada en el borde del camino. Mi amiga, mi otra hermana,
asombrada con los ojos como platos. Como en la escena final de una gran
película, voy terminando mi relato y poco a poco acuden al punto de encuentro
mis padres, mi hermano y su hermano. Sólo faltaba mi otra mitad, gemela con
doce años de diferencia, final de sus vacaciones, comienzo de trabajo.
El sol se va
poniendo. Todos miramos hacia el fondo como si fuese el telón que va bajando.
- ¡Atención
atención! ¡Que se oculta ya! ¡Saca una foto! Bueno, nunca quedan igual, ¡pero
hay que tenerla! -Jo, qué manía tienen las parejas de ahora con sacarse las fotos
de la boda en la playa. Mira, pero si ya han metido a la novia en el agua… pues
yo creo que hace un frío interesante… Si es que no tiene sentido… -¡Pero mira,
hombre, que se oculta ya el sol!-¡Al novio no le van a quedar más ganas de
matrimonio, se debe de arrepentir... Ya la está cargando a las espaldas… -¡Pero
calla y mira!
Un toque en
el hombro, Jose, el que faltaba para terminar el cuadro, me saluda y me llama
por mi nombre. Mi amiga se gira y lo ve. Él sonríe mientras se aleja corriendo,
como todas las tardes al acabar de trabajar. Instante polaroid, la luz titila,
nosotros aplaudimos.
Hasta el
Séptimo que viene.
Sólo para mí, sólo para ti. |
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