miércoles, 1 de agosto de 2012

Las fiestas estivales: los cumpleaños (a lo grande)

Confesad. Os estaba entrando el pánico.
Estamos a miércoles y esta criatura aún no ha actualizado. ¿Qué terrible acontecimiento ha podido evitar la llamada del Séptimo Día? ¿Qué pesar de los pesares? ¿Qué gran desdicha se ha cernido sobre su balcón de pensamientos? Oh, cruel destino…
¡No! No nos rasguemos tan pronto las vestiduras… Digamos que he tenido un comienzo de semana un tanto ajetreado burocráticamente hablando, y mi lunes comenzó trastocado por una inoportuna visita a la UXA (ya sabéis, donde se esperan colas kilométricas en pos de papeles y papeles que cubrir y facturas y facturas que pagar). Después del desembolso de dinero para poder recibir un papelito que ponga que oye, sí que he estudiado algo estos años, y oye, que si quiero también puedo estudiar para esto del MIR, por si me aburro, digamos que los horarios se descalabraron un poco. Bueno, tampoco digo toda la verdad, porque hay otra cosilla, por supuesto, más lúdica y festiva, y que consume tiempo, pero que aún es secreto ;) Dadme un par de domingos y veréis.
Pero no os creáis que haya sido un fin de semana cualquiera. Eso jamás pasaría, porque está prohibido en los estatutos de este blog (revisad la Declaración de Intenciones). He tenido un fin de semana, diría yo, más que especial.
Porque, ¿qué sería del verano sin esas citas cumpleañeras que nos obligan a desplazarnos (ohhhhh, qué pena…) a la costa? Sí señor, hay que seguir con las visitas por la geografía gallega, porque esas son las citas marcadas en rojo en el calendario.

Confieso que esta instantánea es del regreso. Desde el coche. Volando a por un tren y un bus que casi nos cuesta la salud (al menos del estómago). ¡Pero había que apurar al máximo el tiempo de disfrute!
 Mera, a una media hora de A Coruña, es el típico núcleo de población que ha nacido bajo las premisas del disfrute vacacional. Extasiarse con las vistas de sus playas, escuchar el sonido ronco del mar, dejarse deleitar con los olores de los restaurantes… y acudir a la casa de una gran amiga para celebrar que por supuesto, su cumpleaños cae a domingo (como todas las grandes fechas). 
  Reunión de amigos, algunos desconocidos durante el microsegundo del contacto visual, sonrisas de presentación y ambiente de fiesta a partir del microsegundo siguiente. Piscina, música, empanada, tarta, regalos y muchas, muchas risas y anécdotas que contar.

Idílico, lo sé.
 Las horas que se duermen sumidos en semejante felicidad son horas ganadas de vida, aunque comiencen de madrugada y finalicen temprano en la mañana. Aunque sólo sea para encontrarte al que ha decidido bajar a desayunar jamón serrano de la cocina, o a la que ha decidido que había que reestrenar la piscina si había tenido la mala fortuna de despertar horas antes que el resto. Así los astros vuelven a mirar a tu favor siempre…
Zamburiñas, helados y proyectos de negocios imposibles en centros comerciales abandonados en tierras coruñesas. Esas son las sobremesas que hacen falta. Y es que como bien me decía un amigo, todo se entiende si se dice “¡No pasa nada! ¡Que es fiesta!”.

Parece que tengo cierto problema con las mesas de comida: me causan una especie de ¿malsana? obsesión.
 Por eso hay un reportaje gráfico más exiguo que a lo que os tengo acostumbrados. Porque en estas cosas, un par de fotos dicen más que mil. Sobre todo porque lo que importó no fueron los objetos o las vistas. Lo que importó fue la gente (¿qué os pensáis? Fui de paparazzi, y el reportaje asciende a 400 instantáneas). Como en todos los momentos valiosos de la vida.
Por cierto. He hecho el regalo definitivo. Me puedo retirar ya de este negocio. Pero esas son historias para otros domingos, y no para los vuestros. Porque estoy segura de que vosotros también habéis tenido esa sensación en el cuerpo y esa sonrisa en la cara. ¡Pues para algo ha sido domingo! Espero que lo hayáis disfrutado como yo (o si no, ¡más aún!), y que empecéis la semana con todas las Fuerza(s). 
Hasta el séptimo que viene.




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