Confesad. Os
estaba entrando el pánico.
Estamos a
miércoles y esta criatura aún no ha actualizado. ¿Qué terrible acontecimiento
ha podido evitar la llamada del Séptimo Día? ¿Qué pesar de los pesares? ¿Qué
gran desdicha se ha cernido sobre su balcón de pensamientos? Oh, cruel destino…
¡No! No nos rasguemos tan pronto las vestiduras… Digamos que he tenido un
comienzo de semana un tanto ajetreado burocráticamente hablando, y mi lunes
comenzó trastocado por una inoportuna visita a la UXA (ya sabéis, donde se
esperan colas kilométricas en pos de papeles y papeles que cubrir y facturas y
facturas que pagar). Después del desembolso de dinero para poder recibir un
papelito que ponga que oye, sí que he estudiado algo estos años, y oye, que si
quiero también puedo estudiar para esto del MIR, por si me aburro, digamos que
los horarios se descalabraron un poco. Bueno, tampoco digo toda la verdad,
porque hay otra cosilla, por supuesto, más lúdica y festiva, y que consume
tiempo, pero que aún es secreto ;) Dadme un par de domingos y veréis.
Pero no os
creáis que haya sido un fin de semana cualquiera. Eso jamás pasaría, porque
está prohibido en los estatutos de este blog (revisad la Declaración de
Intenciones). He tenido un fin de semana, diría yo, más que especial.
Porque, ¿qué
sería del verano sin esas citas cumpleañeras que nos obligan a desplazarnos
(ohhhhh, qué pena…) a la costa? Sí señor, hay que seguir con las visitas por la
geografía gallega, porque esas son las citas marcadas en rojo en el calendario.
Mera, a una
media hora de A Coruña, es el típico núcleo de población que ha nacido bajo las
premisas del disfrute vacacional. Extasiarse con las vistas de sus playas,
escuchar el sonido ronco del mar, dejarse deleitar con los olores de los
restaurantes… y acudir a la casa de una gran amiga para celebrar que por
supuesto, su cumpleaños cae a domingo (como todas las grandes fechas).
Reunión de
amigos, algunos desconocidos durante el microsegundo del contacto visual,
sonrisas de presentación y ambiente de fiesta a partir del microsegundo siguiente.
Piscina, música, empanada, tarta, regalos y muchas, muchas risas y anécdotas
que contar.
Idílico, lo sé. |
Las horas que
se duermen sumidos en semejante felicidad son horas ganadas de vida, aunque
comiencen de madrugada y finalicen temprano en la mañana. Aunque sólo sea para
encontrarte al que ha decidido bajar a desayunar jamón serrano de la cocina, o
a la que ha decidido que había que reestrenar la piscina si había tenido la
mala fortuna de despertar horas antes que el resto. Así los astros vuelven a mirar
a tu favor siempre…
Zamburiñas,
helados y proyectos de negocios imposibles en centros comerciales abandonados
en tierras coruñesas. Esas son las sobremesas que hacen falta. Y es que como
bien me decía un amigo, todo se entiende si se dice “¡No pasa nada! ¡Que es
fiesta!”.
Parece que tengo cierto problema con las mesas de comida: me causan una especie de ¿malsana? obsesión. |
Por eso hay
un reportaje gráfico más exiguo que a lo que os tengo acostumbrados. Porque en
estas cosas, un par de fotos dicen más que mil. Sobre todo porque lo que
importó no fueron los objetos o las vistas. Lo que importó fue la gente (¿qué
os pensáis? Fui de paparazzi, y el reportaje asciende a 400 instantáneas). Como
en todos los momentos valiosos de la vida.
Por cierto.
He hecho el regalo definitivo. Me puedo retirar ya de este negocio. Pero esas
son historias para otros domingos, y no para los vuestros. Porque estoy segura
de que vosotros también habéis tenido esa sensación en el cuerpo y esa sonrisa
en la cara. ¡Pues para algo ha sido domingo! Espero que lo hayáis disfrutado
como yo (o si no, ¡más aún!), y que empecéis la semana con todas las Fuerza(s).
Hasta el séptimo
que viene.
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