viernes, 9 de noviembre de 2012

Arden las hogueras, suben las llamas, baja el aguardiente por nuestras gargantas: los magostos y mi gato muerto, el espíritu del pájaro revolotea.

Hay Séptimos universales…
Y, lo siento, hay Séptimos típicamente ourensanos.
El año pasado faltamos a la tradición. Queridos septimistas, yo no es por ser agorera. Eu non creo nas meigas, pero habelas, hailas. No estamos para jugar con las fuerzas mayores que se escapan a la comprensión y al saber más humanoide. Había que invocar a las fuerzas del más allá para que nos librasen de las llamas del averno, y eso hicimos.
Aunque por supuesto, con dificultad y anécdota por medio.
Vacas. Vacas. Lindas vacas.
Para los que seáis un poco profanos en esta práctica, os daré la receta perfecta para celebrar un magosto tradicional con regusto de leyenda. Todo lo que voy a mencionar es verídico, a pesar de estar salpimentado con un poco de magia narrativa.
INGREDIENTES:
-Casa de pueblo terrorífica. Sin acondicionar. Calefacción, qué es eso. Agua caliente, sí, de vez en cuando. Gato muerto en la leñera, pájaro muerto en el cuarto de baño del duende.
-Habitación con posibilidad para hacinar a todos tus invitados. Humedad de paredes y siniestra carta de presentación con un “y en esa cama murió mi tátara tátara…”
-Antiguas cuadras de animales en la parte de abajo que ocultan una vieja lápida de mármol resquebrajada y un carrito oxidado de la compra.
-Vecina. Sorda. Para que no oiga vuestros gritos (¡que pueden ser de alegría, ojo!)
-Vecina. Joven. Para pedirle el papel albal que tan sabiamente te olvidaste en casa.
-Papel de Conxuro da Queimada, curtido después de varias ediciones.
-Capa de disfraz de infancia de Aragorn (y este punto NO ES DISCUTIBLE).
Sombras en el bosque, ¡el sol nos saluda!
PREPARACIÓN:
Se recomienda organizar un evento por medio de alguna red social, palomas mensajeras o señales de humo (este último, si va en versión El Señor de los Anillos con música épica de por medio, da puntos). Cuando se consiguen participantes para el festejo, se propone fechas. Una vez lograda una fecha que conviene a todos, teniendo en cuenta que sí, hay más gente aparte de la de tu academia, y que incluso, (oh, por todos los dioses, es esto posible) trabaja, se empiezan a hacer listas.
Adoro las listas. Con las listas consigues no olvidarte de nada. Nunca. Jamás. Bueno, sí. Olvidé el papel albal para asar los chorizos. Touché. Piensa en las posibles intolerancias alimentarias de tus invitados, haz una compra masiva y reparte gastos.
Procura limpiar un poco la casa que uses. Pero cuidado. No quites todas las telarañas y los cadáveres. Nunca se sabe a quién estás ofendiendo.
Y ya está. Recibe a la gente que más quieres en la casa, sacad todas las ganas y aprovechad un doble Séptimo glorioso como pocos.
Azul sobre azul, granito y madera. Caminantes al encuentro de los monumentos del lugar.
Salir a caminar por los alrededores. Gente que se sobreabriga mientras tú te comportas como Calleja, y a poco vas a pecho descubierto (¡hay que quedar bien, que soy de la casa!). Risas, conversaciones. La gente se va relajando, ya nadie se acuerda de las obligaciones. La lluvia te respeta para la salida y para las fotos conmemorativas. Todos armados con palos de caminantes, caminos de Nepal por el rural gallego. No hay tiempo para debullar castañas, las de casa llegarán. Sentarse a la mesa, comer todo el fin de semana. Reir, cantar, grabar vídeos que rescataremos cuando queramos recordar las ganas de reunirse de nuevo, nos vayamos a donde nos vayamos mañana.
Yo te hubiese ayudado, grafitero desconocido.
Chorizos, castañas. Licor café que baja por nuestras gargantas. Juegos de palabras, películas imposibles. Crepitan las llamas y nos acordamos de los conjuros y las brujas.
Saco la capa. Cojo el pergamino. La casa abandonada resucita en las sombras. El frío gélido de la zona que no entra bajo el influjo de esa lareira, años de piedra sobre piedra, granito verde y gris.
Caldero mágico para los aprendices de hechicero… y de repente…
Sí. Porque las cosas hay que contarlas tal cual fueron. Sé que esto estaba quedando muy poético, pero qué queréis que os diga, lo que ocurrió a continuación define muy bien todos nuestros magostos, y ya me resulta hasta entrañable.
Nada. No prendía la queimada ni a tiros. Dos horas. Eternas. Nos paramos. Nos miramos. Las 2 y media de la madrugada. Me cago en la leche, esto es de mal fario y yo este año NO ME LA JUEGO. Total. Aragorn saca las llaves del coche y se va con un elfo y dos hobbits a por aguardiente. A un 24 horas. En medio de la noche de marcha ourensana (recordemos que técnicamente, el fin de semana oficial de magostos es este). Por supuesto, ¿quiénes consiguieron el alcohol? Los dos hobbits, como no podía ser de otra manera. Y de contrabando. Y no consiguieron una caja de hierba de la Cuaderna del Norte de puro milagro.
¡Oh! ¡Una no-queimada!
La Compañía sube otra vez al puñetero Monte del Destino, a ver si nos deshacemos del dichoso anillo. El resto de los integrantes nos esperan. Lo intentamos de nuevo. No va. No va. Esto es del sitio, a lo mejor es que le da la corriente. Mejor cambiamos el puchero, es que a lo mejor sale bien en la esa potita roja de las margaritas…
Total: palo en llamas, ni cerillas ni narices. Pero ardió. Y leímos el Conxuro. Dos veces. Por si acaso.
Graduados en la Escuela de Magia para Tordos. Pero graduados, que es lo que importaba. Gaudeamos igitur.
El polvo se vuelve a posar, pero el olor de las brasas aún atestigua mis Séptimos.
Muchas risas. Muchos momentos. Muchas ganas de todo y sobre todo de vosotros.
Este ha sido un Séptimo  de los que no se olvidan. Y como aún no han pasado estas fechas de hogueras y castañas, os recomiendo que apadrinéis a un ourensano y que disfrutéis de una fiesta que siempre se hace querer. Porque las historias al lado del fuego, son más historias.
¡Hasta el Séptimo que viene!

Y claro, el cielo opina lo mismo.






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