viernes, 30 de noviembre de 2012

Otoño, termas y la deconstrucción de la castaña: concursos ourensanos con mucho arte.

Puentes que te sonríen al entrar en la ciudad.
 En Ourense se hacen carreras pedestres, se disfruta del magosto durante varios fines de semana seguidos (si se puede, ¿por qué no repetir?) y se hacen los mejores carnavales de Galicia. Punto pelota. Como podéis ver, somos unos paganos de mucho cuidado. Lo de tener a San Martiño de patrón es una tapadera.

Imaginadnos al estilo galo en torno a las hogueras, Astérix y Obélix al gallego, como cada Navidad en el Xabarín Club. Pero en esta composición de lugar nos falta algo que siempre había en la fiesta final, con Asuracentúrix amordazado y atado al árbol, Idéfix luchando por conseguir un hueso  y todo el mundo de celebración.
Nos faltaba el jabalí asado. O un equivalente.
¡Aún estáis a tiempo de disfrutarlos!
Pinchos de Outono, la quinta edición de una iniciativa muy original en la que los diferentes locales del Casco Vello de Ourense se reúnen para ofrecer un pequeño majar en el que el leitmotiv lo marca el producto estrella de la temporada, la castaña.
http://www.ourense.com/sabores-de-outono-2012/ Cada establecimiento crea una pequeña delicatesen basada en este producto tan de la casa, con diferentes precios y con un elenco de estilos que convierten este fruto en algo sorprendente a la vista, suave y evocador al paladar. En la página podéis ver la carta y la lista de precios para prepararos un periplo desde las intrigantes espumas hasta los tradicionales montaditos. Después de probar cada uno de los pinchos, podréis valorarlos para el concurso que se resolverá en diciembre. Y de paso, con cada voto entráis también en diferentes sorteos, que en esta ciudad se ensalza la participación popular (y no voy a entrar en chistes, aunque podría).
Mi compañera coruñesa, en nuestro eterno intercambio de experiencias entre ambas ciudades, vino a disfrutar de un Séptimo a esta ciudad con la promesa de pinchos de castaña y termas. Todo muy tradicional, que buena falta hace para apaciguar la añoranza de los vapores. Vapores de licor café, vapores de aguas sulfurosas. Y yo soy mujer de palabra. O lo intento…
Lo nuevo y lo viejo.
Veréis, los sábados por la noche, Ourense es una ciudad viva, con gente que viene y va, que charla tranquilamente acodada en la barra o en una mesa entre tapas, copas y amigos. Cuando es necesario que un Sexto se convierta en Séptimo y las crónicas se empiezan a escribir antes de lo acostumbrado, nos solemos encontrar con el problema de los aforos. Primera confesión de la crónica, no probamos Pinchos de Outono. Nos fuimos a O’Rural a por las acostumbradas croquetas caseras de jamón y a por la ternera en salsa de champiñones, tan ricos ellos, tan aficionada yo. Lo intentamos, lo juro. Pero a veces los astros se ponen en tu contra y hay que dejarse llevar por el destino. Unas cañas, risas, anécdotas y una cena de lujo para mi ilustre invitada.
Y de postre, licor café. Para que se sepa dónde estamos.
Nos vamos reuniendo alrededor de las mesas, gente que viene, comparte un buen rato, y después se va. La noche es joven, pero nuestros huesos pedían una tregua que le concedimos demasiado tarde… Y es lo que tienen las conversaciones y la presencia de mi otra mitad, que todo lo pinta con su sonrisa y que hace que parezca más de día de lo que es (y menos mal). La noche sólo se atreve a llamar a la puerta cuando regresamos a casa. Y claro, las cinco de la mañana y yo con estos pelos.
Así que nuestro plan para el Séptimo se volvió vespertino. Después de reponernos con un café de hora del vermut, comimos y nos pusimos en marcha. Caminando, sacando fotos, fijándonos en los puentes, en los caminos. Mi compañera había pedido termas, y eso es fácil de conceder en nuestra ciudad.
Caminos para todos.
Durante el recorrido, parques para diversas actividades... militares.
¡Hay ovejas!
Escogí Outariz, instalaciones que ya os reseñé hace unos cuantos séptimos (cómo pasa el tiempo). Pero como todo en esta vida, las cosas se ven diferentes según cómo las vivas, y en este caso, según las horas a las que las vivas. En invierno los días son cortos, y eso a veces quita las ganas y cuesta levantar el ánimo. Para esos momentos, nada mejor que dejar que las luces se vayan apagando en el entorno oriental de vapores y chorros de agua. Las luces iluminan los pasos a las distintas pozas, la gente se acoge en un silencio de meditación, los poros se nos abren y mi única neurona se deja conducir en un viaje hacia el placer. Relajación, realineamiento de chackras, ying y yang, boi e vaca.
Hojas de otoño, hojas de piedra.
El Séptimo tocaba a su fin. Sólo quedaba el regreso y la despedida en el tren…
Todo de película.
Hasta que nos dimos cuenta de que son más km de los que parecen y el tiempo vuela en estas situaciones. No os descuidéis, que el tren que hace el recorrido de las termas en invierno tiene horario reducido, y de las 7 de la tarde se salta a las 9 de la noche. Ejem.
Segundo momento de confesión de la crónica: le mentí a mi compañera. Una, dos y mil veces. “Qué va, mujer, si está todo calculado. Tardamos 40 minutos”. “Qué va, mujer, si nos queda nada, parece más de lo que es”. “Pero vamos a ver, ¿confías en mí o no?”.
Activo mi modo maratoniano y llegamos al borde de pedir clemencia, adrenalina y ambú. Eso sí, que no se note y que no se diga que no entreno. La dejo en casa media hora antes del tren, la miro y le digo “¿Ves como tenías que confiar?”. Y ni me ruboricé ni nada. Soy una sinvergüenza de mucho cuidado. Para compensar, arroz con leche casero (“voy yendo a por el coche, para que puedas merendar tranquila”). Sonrisa de oreja a oreja, con calma hasta la puerta… y bajo las escaleras de mi casa como alma que lleva el diablo, me hago un sprint mortal hasta el garaje, cojo el coche, bato el récord de salida en menos tiempo sin rozar ni una columna (¡premio!), corro motorizada dentro de la legalidad (ojito), llamo al timbre de mi casa, modulo la voz y… “¡Ya puedes bajar!”. Ella, apurada, baja, con la carpeta, la mochila y demás bártulos, pero sonriente. Como siempre (qué paciencia).
Sí. Es la expresión pura de la felicidad. Id y comprobadlo ;)
Y finalmente no he sido tan mentirosa. La llevo a la estación, dejo el coche y me despido, antes de lo que quisiera por culpa de las reformas que se hicieron para introducir el avant en nuestras vidas, pero en hora y cumpliendo todo lo prometido.
¡Qué queréis que os diga! No me hubiese importado que perdiese el tren. Pero el karma no me lo hubiese perdonado jamás (¿sabéis lo que cuesta un billete de avant Ourense-A Coruña hoy por hoy?). Así que nos decimos hasta luego, con la felicidad pintada en la cara y la piel un poco más estirada que hacía unas horas. Porque hasta corriendo se rejuvenece si los Séptimos son así…
¡Hasta el Séptimo que viene!

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