viernes, 23 de noviembre de 2012

Treinta y seis ediciones, juventud demostrada. Todos a correr en la ciudad de los puentes.

Hay Séptimos que escojo los planes sólo por enseñaros algo diferente.
¿Ha sonado a obligación? No, queridos septimistas, ha sonado a pasión por lo Séptimo. Marcamos tendencia…
En Ourense, el día 18 tuvo lugar una cita anual que atrae a deportistas de toda Galicia. La XXXVI edición de la Carreira Popular Pedestre do San Martiño es un clásico de estas fechas. http://www.atlantico.net/noticia/218761/san/martino/carrera/ourensana/record/participacion/alejandro/fernandez/ Aunque no todos la corramos, sí disfrutamos de la parálisis de la ciudad para jalear a nuestros compañeros de clase, a nuestros vecinos, y por qué no, al desconocido ganador, ese al que no le verías ni los talones porque decide romper la barrera espacio-tiempo completando los diez km en menos de media hora, sonriendo y saludando a su paso. Manda webs.
Pero cuando yo quiero preparar una crónica, necesito imbuirme en ella, sentirla en mis carnes, palparla, amarla y encontrar las palabras para transmitírosla… Resumiendo, que me planteé muy seriamente el participar.
Problema que observé a lo largo de las semanas: nadie me quería acompañar en la gesta. Yo no temo a las batallas, mis valientes. Y soy motivada como ninguna. Pero qué queréis que os diga, quería ir con alguien que amablemente arrastrase mi cuerpo inmóvil hacia la cuneta tras el previsible fallecimiento de mi persona, a la tierna edad de 24 años. Y claro, ver cómo te adelantan los niños, que salen por cierto casi una hora más tarde con un recorrido más corto, no está nada bien para nuestra moral MIRica.
¡Pero esto no me frenó! Tenía que acudir a la crónica en calidad de reportera de guerra, que es como me gusta hacer las cosas…
Y ahora viene el momento en el que os confieso que tampoco soy tan inactiva. Durante la semana mantengo mi salud mental (con algún fracaso que otro -o no, según se mire) yendo a un gimnasio de artes marciales que se ha convertido en mi segunda casa. La casa divertida. La casa donde no tengo libros verdes por doquier ni correos acerca de mis horarios de los sábados. Vamos, que wushu por aquí, taichi por allá, son cinco días de intenso entrenamiento físico y mental. Y en mi gimnasio colaboran cada año como voluntarios en la organización de la carrera.
¡Albricias! Lo he conseguido: estoy dentro. Nivel de sobreexcitación máxima. Madrugón de Séptimo, como no podía ser de otra manera, y a cruzar la niebla del final de la madrugada ourensana dando pequeños brincos de emoción. Llegar, reunirte con tu grupo. Chaleco reflectante para que se vea que estás organizando algo, risas y chistes con mis compañeros, pero qué te dan de desayunar por las mañanas, chica, que no paras. Repartimos los dorsales y los chips a los rezagados que acuden a por ellos el día de la carrera. Indicamos los vestuarios, resolvemos algunas dudas, hacemos recuento de material. Y esto que se va llenando.
Qué maravilla ver cómo la gente se anima a participar. Los encuentros de amigos de carrera. Gente que te triplica la edad con una sonrisa de oreja a oreja. Perros viejos que saben que ganarán esta batalla como han ganado todas las demás (¡y las que están por venir!). Los niños que corren por primera vez. Fotógrafos, curiosos, familiares que animan a sus campeones particulares. Un sol que se alza en el cielo, limpio. Las nubes y la lluvia del día anterior, olvidadas para que Atlas pueda dar la salida a los más de ocho mil participantes. La serpiente multicolor que se coloca delante del Puente del Milenio. El comentarista deja traslucir en su voz la emoción de la carrera.
Atlas en su patetismo habitual, con pose de superhéroe desgarrado grita... ¡Yaaaaaaaa!
A sus puestos. Listos. Ya.
La gente viste el puente de colores.
Yo me encaramo en una valla, alta, como la estatua de piedra que dramática, mira al cielo. Miro yo también, el sol ilumina mis reflectantes, me insuflo de poder, me quito el sueño y el cansancio. Click. Click. Click. Fotos que me enseñan el color de mi ciudad. Mi compañera, preocupada por mi incierta estabilidad, me sujeta un poco. Se alejan, bajo el objetivo… y a seguir.
La serpiente multicolor pedestre.
Una mañana diferente, disfrutando de la compañía de mis amigos, y esa sensación de irresponsabilidad resposable, de no tener que llegar a ninguna hora, de vivir las horas del día.
La llegada. Antes de ser hollada.
Después de una mañana intensa, van repartiéndose los premios y por fin llega el nuestro. Nos vamos todos juntos a comer invitados por la organización, una forma de compensar un esfuerzo que para mí ya estaba compensado. Más risas, anécdotas y un poco de entrenamiento a la mesa (“¿En serio son así siempre?” “¡Siempre!”). La tarde llega y el sol no se va. Siesta breve y…
Aún queda Séptimo por delante. ¿Y qué mejor plan para finiquitar un día tan intenso que una escapada al cine? Apretujamos la economía, que la ocasión se lo merece, así que si no habéis aún ido a ver Skyfall y os gusta el género, no lo dudéis. Lo que inicialmente fue un “bueno, yo te acompaño” acabó siendo una grata sorpresa. Nos dejamos caer al agua con Bond, completamos misiones, nos enfrentamos a los enemigos y a nosotros mismos y hasta viajamos a Escocia. Con los ojillos húmedos mi amigo sueña con regresar a sus nieblas, a sus lagos y a esos verdes infinitos. Y por qué no, también yo me permito el lujo de soñar con otras nieblas, con otros lagos, con otros verdes infinitos.
El tiempo pasa, las semanas no perdonan, pero los Séptimos son siempre especiales. Como podéis ver, siempre hay algo diferente que hacer, hasta en una ciudad tan pequeña y tranquila como la mía. Porque todo depende de las ganas que tengas de vivirla.
Y por eso, el próximo Séptimo regresa mi amiga de Coruña. Porque ella también quiere hacer una crónica para todos vosotros, una crónica para nosotras, una crónica para mí. ¿No os van entrando las ganas de que llegue?
¡Hasta el Séptimo que viene!


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